Volver a lo esencial
Ilustrado por Canela Sin Miedo
Lo que la cuarentena nos dice sobre la comida y la pandemia sobre nuestra forma de vida.
Comer es uno de los ámbitos de la vida que permanecen invariables desde que la humanidad no era mucho más que una monada en dos patas, algo más despierta y menos peluda. Esto no significa que a la hora de comer nos volvamos cavernícolas, pero sí que la comida despierta en nosotrxs algo de lo más primitivo que tenemos.
Si bien ya no comemos la carne de inmensos mamíferos que nos ha tomado días rastrear y cazar, apenas cocinada en una fogata, aún se nos hace agua la boca, cuando vemos publicidad de comida. Es un ejemplo banal, pero ilustrativo. Tal vez sí somos un poco cavernícolas cuando se trata de comer.
Es evidente que la alimentación es una necesidad primaria. De hecho, junto con la sexualidad, la necesidad de abrigo y compañía, la comida es uno de los requerimientos más básicos y universales. Por eso cabe preguntarnos, si tuviéramos una relación estrictamente biológica con la comida, ¿importaría con quién la comemos? ¿importaría cómo se ve? ¿importaría cómo sabe? La respuesta es no.
La alimentación y los demás aspectos enunciados están presentes en todos los individuos y culturas. Pero en cada cultura se viven de manera distinta y cada persona tiene una manera única de experimentarlos. ¿Por qué?
Nuestra relación con la comida está mediada por muchas variables culturales como ideología o religión, por ejemplo. Pero lo que más nos conecta con la comida es la emoción. Es así: tenemos una relación emocional y afectiva con lo que comemos. Se podrían trazar líneas similares con nuestra vida erótica o nuestros hábitos de sueño, pero esa es harina de otro costal. Aquí estamos hablando de comida.
En Ecuador, vivimos una cultura de capitalismo y globalización cortadas y rebajadas –o potenciadas, según se mire–, con nuestra cultura ancestral andina. Por eso tenemos una relación muy particular con la comida.
Hasta hace poco, teníamos que sobrevivir en una selva de cemento, smog y meritocracia. Trabajábamos todo el mes e íbamos a cazar nuestros alimentos de vez en cuando a un lugar donde estaban servidos –literalmente en bandejas–, llámese supermercado o tienda del barrio. Si bien ya no los asábamos en la fogata, siempre los comíamos cocidos, llámese cocina de inducción, eléctrica o de gas. A veces, en ocasiones ceremoniales, también en el fuego, llámese asado o parrillada.
Incluso habíamos desarrollado una extraña costumbre (si se mira con ojos cavernícolas). Existían lugares en los que pagábamos para recibir alimentos procurados y preparados por otrxs. Cazar, recolectar, preparar y comer son demasiadas actividades para una persona en estos días. Así que, si podíamos saltarnos todos los pasos, menos el último, era mucho más cómodo.
Lo que no ha cambiado casi nada desde las cavernas primitivas hasta las nuestras –más modernas y con mejor acabado–, es que más o menos periódicamente nos juntamos con nuestra tribu, llámese familia, a consumir nuestros alimentos. Esto sí se ve potenciado, indiscutiblemente, por nuestra herencia andina que tiende a lo colectivo y comunitario.
Bien. Eso era antes de la pandemia. Hoy, debido a las desgracias que un virus llamado COVID-19 ha generado en nuestra cultura capitalista y globalizada, nos vemos otra vez replegadxs a nuestras cuevas. Ahora teletrabajamos o teleestudiamos, incluso podemos telecomprar alimentos, o podemos pedir un delivery de comida preparada.
Segurxs en casa, quienes tenemos la suerte de tener y poder estar en casa, tenemos la posibilidad de hacer a distancia nuestras actividades cotidianas. Se han dispuesto todos los recursos del sistema intentando que este se mantenga indemne. Esto nos da una ilusión de normalidad, que puede ser necesaria, pero no por eso es menos ilusoria. La normalidad cambió.
A la inmensa mayoría, la crisis nos ha obligado a enfrentarnos de nuevo a nuestros alimentos. A prepararlos con nuestras propias manos. A calentar las cacerolas en el fuego que prendimos y elegir la mezcla de ingredientes que queremos. Ahora, cosa que no hacíamos hace mucho, vemos y olemos cómo se cuecen.
Estamos atravesando la peor convulsión de nuestra época. De hecho, estamos viviendo algo que nunca había sucedido, y que no es muy bueno. Pero estar viviendo una de las peores crisis en la historia de la humanidad nos permite pensar en salir mejor paradxs que antes y, por qué no, mejor paradxs que nunca.
En toda crisis se presenta una mezcla de peligros y oportunidades. En esta, el peligro es altísimo, pero la oportunidad es de una medida proporcional. Un buen amigo –que no es psicólogo, pero es escritor y maestro, que suman casi lo mismo–, me dijo que cuando las cosas se ponen feas, es aconsejable regresar a lo clásico. O a lo esencial.
Una de las cosas que hoy recordamos es que somos parte de la naturaleza, que no la tenemos dominada, y somos muy susceptibles a diminutos organismos como el COVID-19. Sin embargo, esta crisis también nos invita a acercarnos a nuestra naturaleza.
Hoy podemos volver la mirada a nuestra historia y regresar sobre nuestros pasos para elegir qué es lo mejor. Sin duda, volver a una relación más amorosa y cercana con los alimentos nos van a ayudar a sobreponernos. Retomar una relación más erótica con la comida, centrada en el placer de comer algo delicioso nos puede volver a alegrar los días –y las noches–, de hoy en adelante.
Principalmente, la relación con la comunidad y la familia es algo que debemos retomar y no soltar nunca. Es ahí, alrededor del fuego, donde está nuestra esencia. Compartiendo los frutos de la tierra con nuestra tribu, donde pasamos de ser simios en dos patas, algo más despiertos y bastante menos peludos, a ser personas.
@CanelaSinMiedo y Emiliano Samaniego Moya, son hermanxs y han colaborado en algunas publicaciones. Canela es arquitecta e ilustradora y Emiliano es psicólogo y escritor. Sus intereses abordan la cultura, el feminismo, el punk y la política.